Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el mundo, uno de cada siete jóvenes entre 10 y 19 años presenta un trastorno mental; en América Latina, la cifra puede ser aún mayor debido a la violencia, las brechas sociales y la escasez de atención psicológica o psiquiátrica.

En contraste, datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) en Estados Unidos revelan que más del 40 % de los estudiantes de secundaria reportó sentirse persistentemente triste o desesperanzado en 2023, y casi uno de cada cinco había considerado seriamente el suicidio.

A pesar de la gravedad de estas cifras, el acceso a atención mental en EE. UU. supera ampliamente al de la mayoría de países latinoamericanos, donde menos del 20 % de los adolescentes con síntomas graves recibe algún tipo de tratamiento especializado.

“Cuanto más tiempo pase entre el inicio de los síntomas y el acceso a tratamiento, más difícil será la recuperación”, explica Tatiana Falcone, psiquiatra de adolescentes de Cleveland Clinic.

“En América Latina, el estigma sigue siendo una de las mayores barreras. Muchos padres creen que la depresión o la ansiedad son parte normal de la adolescencia, y eso retrasa la búsqueda de ayuda profesional”, explica.

La especialista destaca que los trastornos de ansiedad y depresión son más comunes en mujeres adolescentes, mientras que los de comportamiento y déficit de atención predominan en varones.

“En el caso del suicidio, las mujeres tienden a intentarlo más, pero los hombres usan medios más letales, lo que eleva la tasa de mortalidad masculina. Es una realidad silenciosa que no podemos seguir ignorando”, advierte.

Entre los factores que agravan la salud mental juvenil en la región se encuentran la violencia intrafamiliar, la presión académica, el acoso escolar, el consumo de sustancias y el uso excesivo de redes sociales. En el caso de los adultos, las presiones económicas también entran en juego.

Según la OPS, más del 70 % de los adolescentes latinoamericanos pasa más de cuatro horas diarias frente a pantallas, lo que se asocia con alteraciones del sueño, déficit de atención y mayor exposición al ciberacoso.

La especialista subraya que la educación emocional y el acompañamiento familiar son pilares fundamentales: “Promover rutinas saludables, limitar el uso de pantallas antes de dormir, fomentar el ejercicio y garantizar descanso adecuado puede marcar una diferencia significativa. Pero lo más importante es escuchar sin juzgar”.

La salud mental de los jóvenes debe tratarse con la misma prioridad que la salud física. Mientras en países de altos ingresos existen programas escolares de tamizaje psicológico y acceso rápido a terapia, en Latinoamérica los servicios son insuficientes y centralizados en las grandes ciudades.

“A diferencia de sistemas de salud más integrados, en la región todavía separamos la salud mental de la salud general. Es urgente cambiar ese enfoque”, enfatiza Falcone.

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